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¿El fin de la fuerza de voluntad? Los fármacos que moderan el apetito o el miedo redefinen el esfuerzo

La química cuestiona el mérito personal

¿El fin de la fuerza de voluntad? Los fármacos que moderan el apetito o el miedo redefinen el esfuerzo

Estamos asistiendo al colapso del paradigma del esfuerzo individual y al nacimiento de la era del 'diseño personal'. Los fármacos inhibidores del apetito no solo ayudan a adelgazar, sino que alteran el concepto mismo de fuerza de voluntad. Porque eliminan la ansiedad por comer. Pues bien, ya han detectado la proteína que te impulsará a ir al gimnasio. Y luego actuarán sobre la procrastinación... Llega la revolución que redefine el mérito.

Viernes, 04 de Julio 2025, 09:41h

Tiempo de lectura: 13 min

Te apuntaste al gimnasio en enero. Llevas seis meses pagando la cuota. Pero cada tarde, cuando llega el momento de ir, encuentras mil excusas: qué calor, tienes trabajo, has quedado... ¿Y si te digo que pronto existirá una pastilla que simplemente te dará ganas de hacer ejercicio? Tus músculos enviarán señales directas a tu cerebro: «Necesitamos movernos». Y te moverás.

Lo mismo con ese proyecto que llevas posponiendo semanas. ¿Y si, en lugar de fustigarte, pudieras tomarte algo que elimine esa resistencia mental? ¿Y esa fobia social que te paraliza en reuniones importantes? Imagina un fármaco que desactive el miedo irracional sin afectar tu juicio. ¿O esa sensación de agotamiento mental que te impide concentrarte después de las tres de la tarde? Una pastilla que restaure tu energía cognitiva como si te echases una siesta.

Hacer ejercicio no depende de la fuerza de voluntad. Experimentos con ratones han revelado que, cuando se eliminan ciertas proteínas musculares, corren más. El músculo tiene un diálogo con el cerebro: le dice cuándo moverse

No es ciencia ficción; está sucediendo. Ozempic cambió el paradigma: millones de personas perdiendo peso sin la tortura de «tengo que resistirme a este cruasán». Simplemente, no tienen hambre. Pero solo es un adelanto de lo que preparan los laboratorios. Vienen muchos 'Ozempics' más allá de los que te ayudan a pelear con la báscula: para la pereza, la procrastinación, la ansiedad, la desgana... Esa vocecita que tienes en el cerebro y que te dice «venga, no te escaquees» está a punto de tener su propio botiquín, que va a sustituir a la fuerza de voluntad. ¿Voluntad? Ya no la vas a necesitar.

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Un experimento de otra época. En los años setenta, el psicólogo Walter Mischel llevó a cabo en la Universidad de Stanford el 'experimento de los malvaviscos', un estudio sobre la gratificación retrasada en niños que ya es un clásico de la psicología. El estudio, que siguió la vida de los pequeños durante años, demostraba que los que lograban resistir la tentación de comer el dulce tenían, de media, una vida menos conflictiva y mayor éxito profesional. Desde entonces ha generado debates sobre si la capacidad de autocontrol es una característica innata o una habilidad que se puede aprender. Ahora se añade el debate de si se puede inducir químicamente.

Durante siglos, la civilización occidental ha construido sus cimientos morales sobre una premisa: el esfuerzo personal determina el éxito. Quien no adelgaza es porque no tiene disciplina. Quien no hace ejercicio, porque es un vago. Quien no supera sus miedos, porque le falta coraje. Pero la ciencia está dinamitando esta creencia. Ha descubierto que lo que creíamos 'carácter' es en realidad un entramado de circuitos biológicos. Y cualquier circuito es manipulable.

«Hacer ejercicio no depende solo de la fuerza de voluntad», explican las investigadoras Guadalupe Sabio y Cintia Folgueira, del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC). Sus experimentos con ratones, publicados en Science Advances, han revelado algo sorprendente: cuando eliminaron ciertas proteínas musculares, los animales corrían que se las pelaban. El músculo, descubrieron, tiene un diálogo directo con el cerebro. Le dice cuándo moverse y cuándo parar.

La generación postesfuerzo

Los jóvenes de la generación Z ya lo intuían: el discurso meritocrático está roto. Han crecido viendo a sus padres trabajar como mulas y ellos mismos son la generación mejor preparada de la historia, pero ya no sirve para garantizarles ascender en la escalera social. Y encima ven a influencers que ganan millones vendiendo cualquier chorrada. No es casualidad que manifiesten un escepticismo creciente hacia la relación entre esfuerzo y éxito. ¿Para qué romperse los cuernos si el sistema está trucado?, se pregunta una generación que ha visto cómo los algoritmos determinan qué contenido ven, a quién conocen, qué compran. Ahora llega la neurociencia y confirma sus sospechas: incluso el esfuerzo personal está determinado por algoritmos, pero biológicos.

Los cinco circuitos de la voluntad... y cómo hackearlos

La ciencia está mapeando dónde reside la fuerza de voluntad en nuestro cerebro, y cómo actuar sobre ella. Ya se han localizado cinco circuitos biológicos específicos que sabemos cómo modificar. Estos son los mecanismos susceptibles de ser hackeados con pastillas. 

→ ADIÓS A LA PROCRASTINACIÓN

Cuando decides ponerte a estudiar en lugar de mirar el móvil, es tu corteza prefrontal dorsolateral la que envía señales inhibitorias a los ganglios basales, esas estructuras profundas que controlan tus hábitos automáticos. Si la señal es lo suficientemente fuerte, interrumpe el impulso de procrastinar. Los moduladores de dopamina y otros estimulantes (que se usan sobre todo para tratar el... Leer más

¿Qué pasa con el mérito cuando se puede comprar en la farmacia? Por un lado, los detractores consideran que usar estos fármacos es como hacer trampas. Por otro, los entusiastas argumentan que democratiza capacidades que antes dependían de la lotería genética o social. Michael Sandel, filósofo de Harvard, lo resume así: «No se trata de si tomar estos potenciadores es seguro o efectivo, sino de si altera algo fundamental sobre lo que significa ser humano».

El debate ético se está polarizando. Los transhumanistas ven estos avances como liberación. «¿Por qué deberíamos estar limitados por la biología del Pleistoceno? –argumenta Nick Bostrom–. Si podemos eliminar el sufrimiento innecesario y potenciar las capacidades humanas, tenemos la obligación moral de hacerlo». Otros, más cautelosos, alertan sobre la pérdida de autenticidad. «El esfuerzo y la lucha dan significado a la vida –sostienen–. Sin ellos, los logros se vuelven vacíos». Pero hay una tercera posición emergente: el pragmatismo generacional. Los jóvenes no ven estos dilemas como filosóficamente relevantes. Para ellos, usar Ozempic no es más artificial que usar gafas para ver mejor o antidepresivos para cuando 'están de bajón'.

Los detractores creen que usar estos fármacos es como hacer trampas. Los entusiastas, que democratiza capacidades que antes dependían de la lotería genética o social. Los jóvenes de la generación Z ni se lo plantean: son puro pragmatismo

Ahora bien: ¿corremos el riesgo de estar creando una nueva forma de estratificación basada en el acceso a la mejora neurológica? Ya existe una brecha entre quienes pueden permitirse Ozempic (entre 200 y 400 euros al mes sin financiación pública) y quienes no. ¿Qué pasará cuando tengamos pastillas para todo tipo de capacidades cognitivas y emocionales? Algunos sociólogos hablan de «castas neurológicas»: una élite optimizada con acceso a todos los potenciadores versus una masa de 'naturales', limitados por su biología original. Es una distopía que recuerda a Un mundo feliz, de Huxley, pero construida por el mercado libre, no por un estado totalitario.

¿Seguimos siendo nosotros si podemos modificar químicamente nuestra personalidad, motivación y capacidades? Esta pregunta, que sonaba filosófica hace una década, se ha vuelto práctica y urgente. ¿Cuál es la diferencia moral entre ir al gimnasio para mejorar el cuerpo y tomar nootrópicos para mejorar la mente? Ambos son formas de autodesarrollo. Asistimos (sin demasiado dramatismo) al colapso del paradigma del esfuerzo individual y al nacimiento de la era del diseño personal. En lugar de «trabajar duro para ser mejor», el nuevo mantra es «diséñate para ser quien quieres ser». No obstante, esta transición genera resistencias. Las instituciones educativas, que todavía no saben muy bien cómo integrar la inteligencia artificial en las aulas (se ha pasado de temerlas por su capacidad para plagiar a incorporar ChatGPT como herramienta pedagógica), ¿van a saber cómo evaluar el rendimiento químicamente asistido?

El deporte celebra 'los juegos mejorados'

El mundo del deporte lo vio venir. La Agencia Mundial Antidopaje acaba de prohibir los moduladores de AMPK, proteínas similares a las descubiertas por el CNIC para activar las ganas de hacer ejercicio. ¿Pero dónde ponemos el límite? Si se consumen de 7 a 9 gramos por kilo de masa corporal, también es trampa tomar cafeína… ¿Y los suplementos de creatina, que mejoran la potencia muscular y que son legales? ¿Y tener mejor genética? Si resulta que las ganas de hacer deporte están controladas por proteínas manipulables, ¿qué diferencia hay entre entrenar tu músculo y alterar tu química? El cisma deportivo ya tiene fecha y lugar. En mayo de 2026, Las Vegas acogerá los Enhanced Games ('Juegos Mejorados'), la primera competición donde el dopaje no solo está permitido, sino celebrado. EPO, esteroides, testosterona: todo vale. 

El debate del libre albedrío

Prescindir de la fuerza de voluntad echa leña al fuego de una de las discusiones filosóficas más antiguas: ¿tenemos libre albedrío o somos máquinas biológicas programadas? Dos neurocientíficos de primera línea han llegado a conclusiones opuestas. Estos son sus argumentos.

Robert Sapolsky, de Stanford, es categórico: argumenta que el libre albedrío es una ilusión peligrosa. «Todo en tu infancia, empezando por cómo te cuidaron en... Leer más

Los premios son suculentos: 500.000 dólares por evento, con un millón extra si bates un récord mundial. Ya tienen su primera estrella: el nadador griego Kristian Gkolomeev acaba de batir el récord mundial de 50 metros libres con 20,89 segundos, superando por una centésima al americano Caeleb Dressel. La diferencia es que Gkolomeev se dopa.

Y todo esto sin contar con la nueva generación de implantes y dispositivos neuronales. Meta ya puede leer las letras que piensas con un 80 por ciento de precisión usando magnetoencefalografía. Apple ha patentado sensores cerebrales integrados en sus AirPods (esos auriculares blancos que lleva todo el mundo); Neuralink ya ha implantado chips cerebrales en tres pacientes; y empresas chinas como NeuraMatrix están desarrollando interfaces aún más avanzadas. 

Los procedimientos van desde poco invasivos hasta cirugía completa. Claro que no es lo mismo que te abran el cráneo que abrir la boca para tragarte una pastilla, pero la dirección está clara: tu cerebro se ha convertido en un territorio conquistable por tierra, mar y aire. Las proyecciones dan vértigo. 

Dopamina para la procrastinación

Para 2026 llegan los primeros moduladores de dopamina específicos para la procrastinación, ya en la fase III de los ensayos clínicos. En 2027-2028 empezará la terapia génica para potenciar la memoria a largo plazo, y las interfaces cerebrales no invasivas para modular emociones en tiempo real. Para 2030, el cóctel: fármacos personalizados basados en tu perfil genético que podrán ajustar tu personalidad, motivación y capacidades cognitivas desde una aplicación del móvil.

El mercado de interfaces cerebro-ordenador alcanzará los 4500 millones de dólares (2029). Pero el de 'pastis' puede dejarlo en mantillas. El antecedente que pone los dientes largos a los fondos de inversión, es, cómo no, Ozempic y su fabricante, la danesa Novo Nordisk, convertida en la empresa más valiosa de Europa, con una capitalización de 350.000 millones de dólares, y adelantando a ASML, la holandesa que fabrica las máquinas de litografía para chips.

En el ámbito del trabajo, los cambios van a ser profundos. Cuando un empleado pueda tomar pastillas antiprocrastinación y completar en cuatro horas lo que a otros les cuesta ocho, surgirán dilemas: ¿deberían las empresas proporcionar estos fármacos o es otra forma de presión laboral? Algunas empresas de Silicon Valley ya ofrecen «paquetes de optimización cognitiva» a sus empleados, desde modafinilo para mantener la concentración hasta microdosis de psilocibina (el compuesto de las setas alucinógenas) para la creatividad. El uso de 'neoestimulantes' se ha generalizado en universidades y corporaciones tech. No es casualidad que The New York Times revelara que Adderall forma parte del pastillero de Elon Musk (aunque el magnate lo niega), junto con otros nootrópicos (drogas para potenciar el cerebro).

La industria del coaching y la autoayuda, valorada en 15.000 millones de dólares, puede recibir un duro golpe. ¿Para qué pagar a un entrenador personal si una pastilla puede darte ese plus de motivación? ¿Y para qué acudir a terapia cognitivo-conductual? Los psicólogos también están divididos. Algunos abrazan la neurotecnología como herramienta terapéutica. Otros la ven como una amenaza. «Estamos medicalizando la condición humana normal», advierte el prestigioso Allen Frances, editor del DSM-IV, el manual que usan los psiquiatras para diagnosticar enfermedades mentales. «La tristeza se vuelve depresión; la timidez se vuelve ansiedad social; la baja motivación se vuelve trastorno de déficit de atención», explica. Mientras tanto, los economistas hacen cuentas. Según sus modelos, la mejora cognitiva farmacológica aumentará el PIB per cápita un 30 o 50 por ciento en una década. Pero también generará paradojas distributivas. Si todos tienen acceso a los potenciadores cognitivos, ¿quién hará los trabajos que requieren menos cualificación?

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