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Martes, 12 de Diciembre 2023, 15:00h
Tiempo de lectura: 5 min
Un punto negro se movía suavemente en un mundo blanco. La nieve cubría el suelo, y las nubes negaban el horizonte. El viento levantaba partículas de hielo haciendo aún más dolorosos los 40 grados bajo cero.
Un punto negro avanzaba, se detenía, bajaba hacia la nieve y retomaba su avance. Solo a corta distancia se podía identificar la nariz negra de un zorro ártico. Blanco como todo lo que lo rodeaba, el zorro buscaba presas. En aquella desoladora llanura blanca, barrida por los vientos boreales, encontrar una presa parecía imposible. Allí no había nada vivo. Ni muerto. Solo nieve, hielo, frío y viento. Pero el pequeño zorro continuaba con su tarea. Avanzaba un poco, se detenía a oler y escuchar, bajaba su cabeza enfocando sus orejas hacia la nieve y repetía el proceso.
Unos minutos más tarde, el zorro se detuvo. Su finísimo oído parecía haber confirmado lo que su olfato le había adelantado dos kilómetros atrás. Todo su cuerpo se tensó en un gesto de máxima concentración, inmóvil, atento. Parecía haberse convertido en una estatua de hielo cuando con prodigiosa agilidad saltó sobre sus cuartos traseros y, como un saltador olímpico de trampolín, giró en el aire y cayó con todo su peso sobre las patas delanteras. La nieve cedió y el zorro hundió su cuerpo en el suelo hasta la cintura. Luego vino un forcejeo violento y, por fin, el cazador salió con una cría de foca en las fauces.
Sus rasgos se distinguían ahora teñidos de un rojo intenso. Las adaptaciones de cientos de miles de años de evolución habían dado su fruto. Allí donde parecía imposible cazar, incluso donde parecía imposible la vida, el zorro ártico había conseguido una presa.
Los zorros árticos son un compendio de adaptaciones al frío. Hace 110.000 años, en el último periodo interglaciar, se extendieron por toda la franja boreal colonizando las tundras del Ártico. Su cuerpo pequeño está cubierto de una espesa capa de pelo que se extiende también por las plantas de su pies, que lo aísla del suelo helado y le permite soportar temperaturas de hasta 50 bajo cero. Cuando descansa, su enorme y espesa cola le sirve de manta, y sus orejas y hocico son pequeños y redondeados para minimizar la exposición al gélido viento polar y conservar al máximo su calor corporal.
Pero para cazar y no ser cazado, para sobrevivir en una tierra de escasos recursos y temibles predadores adaptados al frío, el mayor tesoro del zorro ártico es su color. O sus colores. Porque los zorros árticos, a diferencia del resto de los cánidos, cambian el color de su pelo según la estación. Son blancos en la época de frío, cuando todo está cubierto de nieve, y pardos en la temporada cálida, cuando la nieve se va y la tundra aparece cubierta de líquenes y pequeñas plantas. Esto hace que en cualquier época del año nuestro zorro sea 'invisible'. Y esto lo convierte en un temible cazador.
La presa más común de los zorros árticos son los lemmings, unos pequeños roedores que proliferan en la tundra ártica. Las poblaciones de lemmings crecen de manera exponencial hasta que cada cuatro años, aproximadamente, sufren una explosión demográfica que los hace salir de su madriguera y emprender una migración en busca de nuevas tierras. Luego, al año siguiente, la falta de recursos merma tanto a estos pequeños roedores que la población cae en picado. Estos ciclos marcan épocas de bonanza y penuria para los zorros. Como alternativa a los lemmings, los pequeños zorros blancos cazan y comen casi cualquier cosa: insectos, peces, pequeños roedores, crías de foca, pollos de ánsar nival o incluso carroña.
Cuando el invierno aprieta y los recursos escasean, los zorros árticos siguen a los osos polares esperando poder hacerse con los restos de sus cacerías. Los osos polares son los predadores más poderosos del Ártico y los mayores osos del mundo, por lo que los pequeños zorros se juegan la vida siguiéndolos. Pero el riesgo merece la pena en el estéril mundo helado. Muy rara vez un oso polar mata a un zorro. Demasiada poca comida a cambio del esfuerzo de atrapar al ágil carroñero. Y los zorros saben que si hay alguien que pueda conseguir una presa en la banquisa helada del extremo norte, ese es un oso polar.
El camuflaje que les permite cazar es también la mejor defensa contra sus predadores. Las águilas y búhos nivales los pueden matar fácilmente, pero el mimetismo con el entorno hace difícil su localización. Durante la época de cría, cuando las enormes camadas de hasta 6 a 14 cachorros cachorros salen alegremente a la tundra desprovista de nieve, los zorros árticos cuentan con otro truco de supervivencia. Un año tras otro reutilizan y amplían las madrigueras en las que protegen a sus familias. Las hay incluso que han sido ocupadas durante más de trescientos años. Y eso hace que puedan tener un enrevesado complejo de galerías por las cuales huir y protegerse de cualquier enemigo.
Las galerías de estas grandes madrigueras pueden ocupar una superficie de más de 50 kilómetros cuadrados y tener múltiples entradas y salidas. Con esto pueden defenderse y sobrevivir a cualquier amenaza. O así era hasta ahora.
El cambio climático que está derritiendo el Ártico afecta a todas las especies adaptadas al frío extremo. Los osos polares mueren ahogados o de hambre ante la pérdida del casquete helado. Las migraciones de aves e insectos se alteran y cambian sus ciclos. La floración sufre alteraciones o desaparece. Y los recursos de este astuto y adaptable animal ártico se hacen más escasos, más difíciles de conseguir, amenazando la supervivencia del zorro más especializado del mundo.