Viernes, 04 de Julio 2025, 09:53h
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En TikTok, ese certero espejo deformante de nuestra realidad, puede verse un vídeo que ha cosechado millones de visitas: unos padres primerizos organizan un encuentro virtual con familia y amigos para desvelar en directo el resultado de su test de embarazo. «¡Es un niño!», exclaman al unísono. Besos, abrazos, selfis, mucho confeti virtual por todas partes, hasta que la madre, incapaz de disimular por más tiempo, rompe a llorar en el hombro de su pareja. Él la abraza con cara de circunstancia y la consuela: «No te angusties, mi sol, el próximo bebé será niña, ya lo verás, seguro que sí».
Los padres actuales prefieren niñas porque son menos agresivas, maduran antes que los chicos y crean menos problemas
Hace unas semanas, bajo el elocuente título de ¡Qué alivio, es una niña!, el semanario The Economist se hacía eco de un interesante cambio de paradigma. Desde siempre, y en todas las culturas, los progenitores, en especial los hombres, han tenido una clara predilección por los hijos varones, sobre todo el primogénito. Hasta tal punto que en algunas culturas, muchas veces, tras el parto, se acababa con la vida del bebé si resultaba ser una niña. Según cálculos de The Economist, solo en el año 2000, cuando ya la técnica permitía conocer en fases tempranas del embarazo el sexo del bebé, 1,6 millones de ellos se vieron interrumpidos tempranamente al saber los padres que se trataba de una niña.
Países como China o India eran hasta ahora los más proclives a estas prácticas. Según la tradición, las mujeres, al casarse, pasan a pertenecer a la familia del marido, de modo que, para asegurarse el bienestar una vez llegada la vejez, las parejas necesitaban un varón. Otra razón de esta preferencia era que las mujeres resultaban más gravosas debido a la dote que la familia debía pagar al casarlas. También se consideraban menos productivas en todos los aspectos, lo que en el caso de China, con su política del hijo único vigente hasta 2015, ha tenido como consecuencia una notable diferencia entre el número de mujeres y hombres nacidos en dicho país.
Estudios apuntan a que este desfase se ha traducido en un aumento de la agresividad, en violaciones y en estupros perpetrados por varones que ven mermadas sus posibilidades de tener pareja o crear una familia. Y ocurre que, de pronto, esa preferencia ancestral por los hijos varones se ha invertido. Esto no quiere decir obviamente que se estén abortando niños como ha ocurrido masivamente en el pasado con las niñas. Pero la tendencia se nota, por ejemplo, a la hora de adoptar. Las parejas pagan un plus por conseguir una niña, mientras que en las fecundaciones in vitro, en los países donde es legal elegir el sexo del embrión, los padres se decantan por los de sexo femenino.
De momento, estos procesos de selección son caros y están prohibidos en muchos países, España incluida. Pero puesto que a partir de la octava semana y mediante un simple análisis de sangre se puede conocer ahora el sexo de un bebé, ¿podrá ocurrir, sin mayor en engorro, que se eliminen embriones masculinos? Los expertos estiman que el hecho de que la ratio de nacimientos [masculinos y femeninos] se vea alterada en favor de los femeninos no tendrá para la sociedad consecuencias tan notables como las que ha tenido en el pasado un surplus de hombres en países como China. Pero aun así toda manipulación que altere los equilibrios naturales resulta inquietante.
¿Y cuáles son los motivos de este cambio de paradigma? Se apuntan varios. El primero es que, al variar los equilibrios de poder entre hombres y mujeres, están cambiando también tradiciones que se consideraban ancestrales. Ya las mujeres (sobre todo en países asiáticos avanzados), al casarse, no pasan a 'pertenecer' a la familia del marido, sino que siguen pendientes de la suya propia, y está claro que, por lo general, las mujeres somos mejores y más entregadas cuidadoras que los hombres. Otra razón es que los padres actuales prefieren niñas porque son menos agresivas, maduran antes que los chicos y crean menos problemas durante la adolescencia.
Y luego está la razón más sintomática de todas. Y es que las mujeres hemos dejado de ser el sexo débil, esas eternas menores de edad a las que había que tutelar y proteger. Ser mujer hoy tiene otro estatus porque tenemos poder. No por esa zarandaja perdonavidas de estar 'empoderadas', palabro horrendo, sino porque gracias a nuestro esfuerzo y buen hacer nos hemos granjeado el respeto y la consideración del hasta ahora llamado 'sexo fuerte'.
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