
El hombre que posaba para el pintor lo cuenta todo
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El hombre que posaba para el pintor lo cuenta todo
Viernes, 13 de Diciembre 2024, 12:07h
Tiempo de lectura: 8 min
Esclavo' era su apodo. Primero como broma, luego como cruda realidad. Durante 20 años, David Dawson trabajó como asistente de Lucian Freud, celebrado durante décadas como el mejor pintor vivo. Su relación era tan exigente que, para él, «Lucian siempre fue lo primero». Así fue hasta la muerte del artista, con 88 años, en 2011. Ahora su asistente, de 63, sigue finalmente su propio camino creativo y prepara una exposición propia en una galería de Londres.
Sin embargo, antes de ver sus cuadros, ya conocemos inquietantes detalles de su intimidad. Por ejemplo, sus genitales. Dawson posó para ocho de las principales pinturas de Freud. Lo podemos observar desnudo, con las piernas abiertas y tendido en la cama junto a Eli, uno de los dos lebreles del artista. O en la última obra inacabada de Freud, Retrato de un sabueso, donde aparece de nuevo con el can a su lado. «Lucian siguió empujando y empujando, incluso durante las últimas semanas de su vida, para llevar esta pintura a un estado que sintiera que sería lo bastante buena como para mostrarla al mundo –rememora Dawson–. El oído de Eli está aguzado y escuchando mientras tiene los ojos entreabiertos... Ese fue el último detalle que Lucian le puso a un cuadro. Su último toque».
«Lucian me conocía más íntimamente que nadie», asegura. Y, en cierto modo, él siente algo parecido hacia Freud. «Las relaciones son todas diferentes y los amantes de Lucian seguro que vieron aspectos de él que yo nunca vi. Además, la relación con cada una de sus modelos era única. De hecho, nunca las juntó. Supongo que quería conocer a cada una como individuo. Pero yo, como estaba por allí todos los días, las conocí a todas». De hecho, la libreta de Dawson está repleta de nombres muy conocidos.
Desde que Dawson conoció a Freud, en 1991, ambos pasaron más tiempo juntos que con cualquier otra persona. Cada mañana salía temprano de la casa del artista e iba paseando hasta su estudio; desayunaban juntos en una cafetería (café y pan con pasas) y repasaban las tareas del día, divididas en dos turnos de trabajo.
La sesión matutina se extendía de ocho de la mañana a una del mediodía y era culminada con una siesta. Mientras Freud descansaba, Dawson regresaba a su casa y se pintaba a sí mismo. Con frecuencia regresaba para cenar con el maestro en un restaurante y, como recuerda un amigo, le tiraban aceitunas a cualquier mirón que sacara una cámara de forma subrepticia. Freud regresaba entonces a su estudio para una nueva sesión de pintura (a menudo con una de sus amantes) hasta altas horas de la noche.
Dawson no era un simple colaborador. Era amigo, confidente, consejero, recadero... Su trabajo implicaba cualquier cosa, desde permanecer fuera del encuadre manejando un caballo mientras Freud lo pintaba hasta ponerse su uniforme y sustituir a Andrew Parker Bowles, exmarido de la reina Camila, cuando este no podía acudir a las sesiones para El brigadier, retrato que el genio le hizo en 2004. Es también suya, en parte, la cabeza de una Jerry Hall embarazada que no podía asistir a diario al estudio de Freud. Y, finalmente, fue Dawson quien ayudó a decidir qué fotos de sus sesiones debían ser destruidas, despedazándolas para evitar que algún ladrón las sacara del cubo de la basura, como ya le sucediera a Francis Bacon.
Porque Dawson tomó numerosas fotografías improvisadas, convertidas ahora en registro vívido de la vida pictórica de Freud. Lo fotografió mientras trabajaba en su retrato de la reina Isabel II («creo que podría ser un pedacito de Historia», dijo la soberana). Capturó el momento en que Kate Moss, que le llevó flores a Freud en su lecho de muerte, se metió en su cama para abrazarlo. «La he estado manteniendo caliente para ti», dijo el pintor mientras retiraba las sábanas.
Dawson cultivó el jardín de Freud. Manejaba su diario, atendía sus llamadas, mataba las polillas del sótano o se encargaba de que le arreglaran el coche. «Era enloquecedor. A la media hora de haber pulido el chasis del Bentley, él atravesaba entre unos bolardos y raspaba ambos lados del vehículo». Llevaba a Freud al médico, le conseguía los analgésicos Solpadeine que tomaba, se quedaba por la noche cuando sufría ataques de pánico y una vez llevó a escondidas hasta su cama en el hospital a una mujer por la que Freud se había sentido repentinamente atraído.
Con semejantes credenciales, no es extraño que la muerte de Freud dejara a Dawson destrozado. «Fue como si me hubiera atropellado un tren. Durante los primeros dos años, solo iba y venía. Era un dolor crudo. Poco a poco, el dolor se va asentando profundamente y puedes vivir con él». Desde la muerte de Freud, su exasistente ha tenido que lidiar con todo tipo de asuntos administrativos. Es el director del Archivo Lucian Freud; ha comisariado una gran cantidad de exposiciones póstumas; es coautor de varios libros; de hecho, su tiempo ha estado ocupado en la próspera 'industria' de Freud.
Pero ahora, por fin, ha comenzado a distanciarse. La Biblioteca de Arte Bridgeman se encarga de gestionar los derechos de autor del genio: «Te sorprendería la cantidad de solicitudes para anunciar pastillas para adelgazar que hemos tenido», dice Dawson entre risas. Todavía no ha leído los desahogos públicos de varias modelos de Freud y, aunque sigue en buenos términos con la complicada familia del artista (tuvo al menos 14 hijos, aunque se estima que puedan ser 40, de varias madres; 3 de sus hijas, de hecho, nacieron el mismo año), hace una ligera mueca cuando le pregunto si ha leído las memorias extraordinariamente francas de Rose Boyt, una de las hijas de Freud. «Algún día me pondré a leerlas», dice.
Sí, algunas de las modelos quedaron heridas y resentidas, admite. Freud pasaba de quererlas tener constantemente a su lado a ignorarlas por completo una vez terminado el cuadro. «Puede que fuera duro, pero era saludable –valora Dawson–. No eran relaciones reales. Freud ponía su pintura en primer lugar. Trabajaba todos los días durante horas, y eso requiere mucha concentración, enfoque y energía. Además, sus relaciones importantes perduraron. Caroline Blackwood (su segunda esposa) pasó los últimos cuatro días de su vida hablando por teléfono con Lucian. Y Freud fue muy generoso con muchas de sus modelos. Repartía coches y pisos como si fueran caramelos».
Freud legó su elegante casa de Kensington a Dawson. Y, aunque las obras de arte que alguna vez lo adornaron –entre ellas, un bronce de Rodin– fueron donadas al Estado británico, las paredes están cubiertas por la gran cantidad de grabados de Freud que, además de otras piezas, son ahora propiedad de Dawson.
Aunque este se ha mudado a la antigua casa de Freud, las habitaciones del estudio están intactas. Gavillas de pinceles todavía yacen sobre las mesas. Montones de trapos viejos se amontonan en las esquinas. Mezclas de pintura crujiente y ayudantes garabateados adornan las paredes. Dawson trabaja ocasionalmente entre estos recuerdos. De hecho, ha realizado algunas pinturas del estudio que algún día mostrará. Pero quizá el legado más importante que le ha dejado Freud fue la lección de lo importante que es para un pintor encontrar su propia verdad. Y Dawson la ha encontrado en su infancia y sus orígenes.
Criado en una remota granja en Gales, hijo único de un pastor y su esposa, desde niño le gustó la cría de animales. «Se me daba bien. Me gustaba andar con las ovejas, caminar ocho horas con los perros; me di cuenta de cómo la naturaleza está interconectada, de cómo yo formaba parte de ella. Me enseñó a sentirme cómodo con una vida solitaria».
Al cumplir los 16 años, sin embargo, se marchó. «Quería ver el mundo», dice. Para entonces, Dawson estaba comenzando a aceptar su homosexualidad. «Sabía que la agricultura iba a ser solitaria, pero me sentía atraído por otros hombres. 'Esa es la vida de mi padre', pensé. 'Necesito encontrar mi propia vida'». Dawson siempre fue «bastante bueno» dibujando. Con el apoyo de sus padres –«eran amorosos, cariñosos y de mente abierta»– fue seleccionado en el primer puesto por la Chelsea School of Art, y más tarde obtuvo un posgrado del Royal College of Art, donde compartió un estudio con Tracey Emin, enfant terrible de los Young British Artists en los ochenta.
Sin embargo, hace 15 años, Dawson decidió dar un vuelco a su vida. Vio que se vendía una granja cerca de donde vivió. «Muy antigua, era perfecta». La compró al día siguiente sin molestarse siquiera en acercarse a echar un vistazo. Esta granja y su entorno se han convertido en el nuevo tema de Dawson. Los grandes lienzos que se expondrán en Roma han sido pintados, en gran parte, al aire libre en las colinas. Dawson arrastra un caballete por los campos y pinta a las ovejas y al ganado en sus pastos y cobertizos, y registra el cambio de estaciones.
«Trabajo en la tierra y con la tierra. Me siento como cuando era niño, de pie en la puerta sacando a pastorear el rebaño, solo que ahora lo pastoreo en una pintura. Mis vecinos me recuerdan de la escuela. La mayoría nunca ha oído hablar de Lucian y, si lo han hecho, no les dice mucho. Están más interesados en el precio de las vacas y las ovejas. Pienso en cómo Freud y sus amigos, Frank Auerbach, Michael Andrews, Francis Bacon..., siempre buscaban algo que les pareciera trascendental; algo que fuera más allá; no religioso, sino real. Descubrieron una verdad a través de su propia vida». Y eso es, precisamente, lo que Dawson siente que, por fin, ha encontrado en su granja de Gales.