
¿Conservar, donar o destruir?
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¿Conservar, donar o destruir?
Viernes, 11 de Abril 2025, 09:57h
Tiempo de lectura: 6 min
Eva y Juan llevaban varios años intentando tener un hijo cuando su ginecóloga les aconsejó que se hicieran unas pruebas. Obstrucción de las trompas ella, baja calidad de esperma él. La noticia fue dura, pero rápidamente decidieron ponerse en manos de un especialista en reproducción asistida que les recomendó un tratamiento de fecundación in vitro (FIV). Según les explicaron, la técnica consiste en extraer los óvulos de la mujer y, a continuación, fecundarlos en el laboratorio con los espermatozoides de él. Luego transferirían el embrión resultante al útero de Eva para continuar allí su desarrollo.
La clínica que los atendía consiguió sacar adelante seis embriones. La premisa parecía evidente: cuantos más hubiera, más multiplicarían sus posibilidades de éxito. Después de la transferencia del primero, Eva se quedó embarazada, pero sufrió un aborto espontáneo. Tristeza, decepción. Los embriones sobrantes habían sido congelados para su uso posterior. El éxito llegó tras la implantación del segundo, unos meses más tarde. Ahora, cinco años después, Martina está en segundo de Infantil y sus padres deben tomar una decisión: ¿qué harán con los cuatro embriones que aún permanecen congelados en la clínica? ¿Deberían donarlos a otras familias? ¿Destruirlos? La pareja no contaba con esto. No recuerdan haber pensado en los embriones sobrantes antes, pero el dilema existe… y ellos no son los únicos que se encuentran ante esta extraña situación.
Según explica Rocío Núñez Calonge, scientific advisor en UR (Grupo Internacional de reproducción), «en nuestro país las opciones que les ofrece la ley son cuatro: mantenerlos congelados para utilizarlos ellos mismos en un futuro, donarlos a otra pareja u otra mujer con fines reproductivos, cederlos con fines de investigación o cesar su conservación». En otros países como Estados Unidos las parejas pueden incluso elegir quién 'adopta' sus embriones; en Alemania no está permitida la congelación; y en Italia los embriones que no utilizan los propios progenitores no pueden desecharse ni donarse para la investigación.
El problema, como describe la experta, es que cada una de estas opciones presenta alguna traba y muchos de esos embriones acaban cayendo en un limbo del que hoy en día es imposible salir. «En España existen cerca de 800.000 embriones almacenados en los centros, de los cuales se calcula que más de 60.000 están en situación de abandono porque las clínicas no les pueden dar un destino definitivo ni tampoco destruir», asegura. Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
Las tasas de éxito de la fecundación in vitro han aumentado con el tiempo, en gran parte gracias a las mejoras en la tecnología de almacenamiento. Hasta hace una década, los embriólogos solían utilizar la técnica de la congelación lenta, y muchos embriones no sobrevivían al proceso. Ahora se vitrifican utilizando nitrógeno líquido para enfriarlos rápidamente desde temperatura ambiente a 196 grados bajo cero en menos de dos segundos.
«De esta forma hemos conseguido que la supervivencia de un embrión cuando se descongela sea del 98 por ciento», cuenta Vanessa Vergara, directora médica del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI) en Iberia, Latinoamérica y la República Checa. ¿Y qué ocurre? Que sobran embriones. Porque donde antes se solían transferir dos para asegurarse el éxito, ahora saben que con uno basta, y eso explica que cada vez queden más en la retaguardia. Si a esto le sumamos el retraso en la edad de maternidad, que ha causado que cada vez más personas requieran tratamientos de fertilidad, y que España concentra el 15 por ciento del total de tratamientos de FIV de Europa, el resultado es una acumulación de embriones que genera problemas logísticos a las clínicas de medicina reproductiva. Lo explica la doctora Vergara: «Su preservación es muy costosa porque el nitrógeno líquido es caro, los tanques ocupan cada vez más espacio y se requiere mucho esfuerzo en recursos humanos y administrativos para registrarlos y mantenerlos».
Y, mientras Eva, Juan y miles de personas en todo el mundo se plantean qué decisión tomar, millones de embriones desarrollados mediante FIV permanecen congelados en el tiempo, almacenados en tanques de criopreservación de todo el planeta.
Según un estudio realizado por especialistas en ginecología, obstetricia y técnicas de reproducción de las universidades de California y de Carolina del Norte, alrededor del 40 por ciento de las personas con embriones criopreservados tiene dificultades para decidir qué hacer con ellos y muchas posponen su decisión durante cinco años o más. En España fue la doctora Rocío Núñez Calonge quien elaboró una encuesta entre los centros de reproducción asistida públicos y privados de nuestro país para averiguar cuál era la opción preferida para el destino de los embriones. «El 46 por ciento se conservan para el futuro uso de los pacientes; el 18 por ciento están cedidos a la investigación; otro 18 por ciento están destinados a la destrucción y el 5 por ciento existen para ser donados», cuenta la especialista. Pero todavía hay más porque un 12 por ciento no tiene ningún destino, ni siquiera la destrucción. Pertenecen a pacientes que han dejado de pagar su mantenimiento y a los que los centros no pueden localizar. Nunca dejaron por escrito su consentimiento para que los destruyeran o los donaran y, por tanto, las clínicas no se atreven a eliminarlos. En 2022 (el año en el que la doctora hizo el estudio) ya eran más de 46.000. Y, según explica Núñez Calonge, la cifra sigue aumentando.
Pero ¿por qué no se pueden destruir? «La legislación actual establece que las clínicas tienen la obligación de solicitar periódicamente a los pacientes que renueven o modifiquen el consentimiento informado donde se indica el destino de sus embriones. Si después de dos intentos no consiguen contactar con ellos, los embriones quedarán a disposición del centro y podrán utilizarse, según su criterio, para cualquiera de los fines autorizados», afirma Núñez. Sin embargo, los centros son muy prudentes y prefieren no deshacerse de los embriones.
«¿Qué pasaría si el paciente aparece pasados unos años y los reclama?», se pregunta la doctora Vergara. «No podemos arriesgarnos». Muchas parejas optan por no dar señales de vida y la legislación no es clara ni especifica qué ocurriría si los padres, tras años de abandono, aparecen y los reclaman. La incertidumbre es tal que la mayoría de los centros opta por conservarlos indefinidamente hasta que la ley aclare la situación.
Pero aquí no termina el problema porque, incluso con la notificación de respuesta por parte de los pacientes, todo son trabas. «En el caso de elegir la donación a otros pacientes, la mujer debe tener menos de 35 años en el momento en el que se generan los gametos y la mayoría de las pacientes que se someten a FIV supera esta edad. Y, con respecto a la investigación, el problema es que no salen adelante proyectos que utilicen embriones congelados y por eso se quedan ahí y se van almacenando», mantiene Núñez. En cuanto al cese, tampoco es fácil. «La ley exige que dos facultativos ajenos al centro donde te has realizado el tratamiento certifiquen que tu vida reproductiva ha terminado y, por tanto, no puedes volver a transferírtelos». ¿Y cuántas parejas buscan esos dos médicos externos que les firmen esa condición? Difícil. El resultado: más embriones al limbo.